Seis monumentos declarados
Patrimonio de la Humanidad
Génesis y formación: siglos XII y XIII
Seis monumentos declarados
Patrimonio de la Humanidad
Génesis y formación: siglos XII y XIII
Dado que los críticos no se ponen de acuerdo en si los primeros ejemplos conocidos de finales del XII (San Pedro en Zuera y San Bartolomé en Alcañicejo de Huerva, hoy conocido como El Santo e integrado en el término municipal de Tosos) pueden considerarse el punto de partida del arte mudéjar en Aragón o si, por el contrario, se trataría de arquitectura cisterciense con ladrillo.
El siglo XIII, ajeno ya a estas polémicas iniciales, marca el periodo en que comienzan a perfilarse los rasgos característicos del mudéjar aragonés, en edificios como la torre de San Pablo en Zaragoza o la de San Pedro en Teruel.
La primera edificación comarcal con rasgos mudéjares, adscrita a este primer periodo, es la iglesia del antiguo monasterio cisterciense de San Bartolomé en Alcañiz de Huerva, más conocida por la ermita del Santo de Tosos, de finales del siglo XII y hoy en estado de ruina. Se trata de una iglesia de tres naves con triple ábside comenzada en piedra sillar, que es sustituida a media altura por ladrillo sin aplantillar. El cambio de aparejo es visible en el primer tramo de la nave derecha o en la portada, abocinada con cinco arcos de medio punto, sobre la cual aún se conserva una faja de esquinillas. Para Gonzalo Borrás el interés de esta obra radica en «la precoz utilización del sistema de trabajo mudéjar en un medio cisterciense que puede relacionarse asimismo con la iglesia parroquial de San Pedro de Zuera y con otros monumentos aragoneses, que, sin poderlos calificar de mudéjares, indican los primeros y tímidos pasos».
Plenitud: siglos XIV y XV
Es el periodo de máxima actividad constructiva en el que se asientan los componentes estructurales y decorativos del estilo en Aragón. Es la época de los fecundos mecenazgos de Pedro IV de Aragón, impulsor de importantes obras en la Aljafería, del arzobispo de Zaragoza Lope Fernández de Luna, de Fray Martín de Alpartir o de su administrador Francisco de Aguilón, gran valedor de la parroquial de Longares. A ellos se debe el patrocinio de obras clave del mudéjar aragonés, como la Parroquieta de la Seo zaragozana, la iglesia de Santa María de Tobed o el convento de las canonesas del Santo Sepulcro de Zaragoza.
La producción artística del siglo XIV viene determinada por dos hechos:
De un lado, las calamidades bélicas que azotan Aragón y que se materializan en las revueltas nobiliarias contra Pedro IV y en la Guerra de los Dos Pedros. Ambos conflictos producen importantes destrucciones patrimoniales y crean un clima de inseguridad patente en la construcción de numerosas iglesias-fortaleza como la de Torralba de Ribota. El Campo de Cariñena sufrió de forma especial ambos conflictos, que hicieron tabla rasa con todo lo anterior; así, mientras la parte oriental de la comarca fue duramente castigada en las revueltas de la Unión por Pedro IV el Ceremonioso, al ser cabeza de los sublevados don Juan Ximénez de Urrea, señor de Paniza, Aladrén, Luco de Huerva y Alcañiz de Huerva; la parte occidental lo sería por los castellanos que, en la Guerra de los Dos Pedros, acarrearon la destrucción de Aguarón, Cosuenda, Encinacorba, Paniza y Cariñena.
De otro, la influencia del arte almohade sevillano, creador de nuevas estructuras arquitectónicas y ricas fórmulas decorativas vigentes hasta final del siglo XV. Entre estas decoraciones han de destacarse las del muro exterior de la Parroquieta de la Seo zaragozana a base de bellas cerámicas adosadas, obra de dos azulejeros sevillanos traídos por el arzobispo don Lope Fernández de Luna. A esta época corresponden la torre de Longares y la iglesia y torre de Aguilón.
Al margen de cualquier duda de adscripción y ya dentro de la etapa de pleno desarrollo de las formas mudéjares, encontramos la torre-campanario de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Longares. Se trata de una torre de planta cuadrada en ladrillo situada a los pies de la iglesia actual y centrada con la nave principal. Originalmente estaría unida a una iglesia mudéjar del mismo periodo, de la que solo se ha conservado un pequeño muro adosado a la torre, que aún nos muestra restos decorativos a base de rombos, dientes de sierra y esquinillas.
Pese a la falta de documentación que acredite la fábrica de la torre, Gonzalo Borrás y Alicia Ruiz la sitúan en la última década del siglo XIV. Ambos se basan tanto en cuestiones estilísticas como en la importancia que durante los últimos años del siglo XIV cobra don Francisco de Aguilón, rector de Longares, tesorero del arzobispo don Lope Fernández de Luna y administrador de fray Martín de Alpartir en el Santo Sepulcro. Este personaje, junto al ya citado arzobispo de Zaragoza y el monarca Pedro IV, son los tres grandes impulsores del arte mudéjar en el Aragón de la segunda mitad del XIV.
El interior de la torre es hueco y está dividido en seis estancias cubiertas por bóvedas de cañón apuntado al modo de las torres defensivas cristianas. Cuenta con dos accesos: uno a ras de calle para la primera estancia y otro para las restantes, con entrada en alto desde el coro. A partir del segundo piso se accedía a las estancias superiores mediante una escalera de mano situada en un ángulo de la torre. Este sistema también lo encontramos en otras torres militares aragonesas como la de Villarreal de Huerva. Más tarde, la escalera de mano será sustituida por una de tramos, lo que obliga a perforar las bóvedas de separación entre las estancias, desnaturalizando la estructura.
No existe una correlación entre la estructura interna de la torre y su aspecto exterior,puesto que éste se asemeja sin serlo al de un alminar dividido en tres cuerpos separados por impostas voladas sobre un zócalo en talud. Remata la torre una terraza almenada en la que se asienta un torreoncillo octogonal muy semejante al de la parroquial de Tauste.
Los dos cuerpos inferiores carecen de vanos y de decoración, lo que acentúa su carácter defensivo. El tercer cuerpo es el que concentra la decoración y aloja el cuerpo de campanas, cuya instalación fue posterior y rompió la decoración original, felizmente recuperada tras la restauración de que fue objeto en 2001.
La decoración de este cuerpo superior se presenta en cada una de sus cuatro caras a base de dobles vanos ajimezados, abiertos tras la citada restauración. Aparecen encuadrados por un alfiz con enmarque decorativo rectangular a base de ladrillos en resalte sobre fondo rehundido formando lazos, estrellas y sardineles aplantillados.
Dos cenefas de flechas en blanco, negro y verde, semejantes a las que separan los cuerpos de la torre y a las del hastial occidental de la parroquial de Tobed, completan los enmarques. El interior de los encuadres cuenta con una decoración a base de discos cerámicos de color verde.
La torre e iglesia de Nuestra Señora del Rosario en Aguilón, aunque de cronología distinta, puede incluirse, al igual que la torre de Longares, en el periodo de plenitud del estilo. La iglesia fue realizada a principios del siglo XIV y cuenta con una nave única de cuatro tramos cubiertos por bóveda de crucería y terminación en ábside poligonal de cinco lados. En los siglos XVI y XVIII esta fábrica sufrió numerosas reformas, entre ellas la construcción de capillas laterales que enmascararon gran parte de la obra anterior.
Adosada al ábside se encuentra la torre de planta cuadrada, levantada en el siglo XV.
Contaba inicialmente con un único cuerpo al que más tarde se le añade un pequeño remate octogonal sin ninguna decoración. El material utilizado es el ladrillo.
Esta torre es el único ejemplar de tipología almohade que se da en el Campo de Cariñena. El sistema consiste en edificar dos torres concéntricas, una envolviendo a la otra,y situar entre ambas la caja de escaleras, que se cubre mediante una falsa bovedilla cerrada por aproximación de hiladas de ladrillo. La torre interior está dividida en tres estancias superpuestas y cubiertas por medio de bóveda de medio cañón. Este sencillo edificio integra de este modo, en una misma pieza, las dos tipologías constructivas utilizadas en las torres de la época. Por una parte resuelve el problema de la caja de escaleras siguiendo la racionalidad del sistema almohade y, por otra, utiliza para el cubrimiento de las estancias interiores las soluciones aportadas por el sistema constructivo cristiano. Ello nos da idea de la gran madurez estructural que en el siglo XV ya había alcanzado la arquitectura mudéjar.
La decoración es muy sobria y consiste en unas finas fajas de esquinillas dispuestas horizontalmente a diversa altura sobre el ladrillo desnudo. En la parte superior se abren dos vanos con arco de medio punto levemente apuntado a cada uno de sus lados; por encima de estos vanos corre horizontalmente un paño decorativo con cruces de múltiples brazos, que se distribuyen en dos fajas a base de rombos entre líneas de esquinillas. La faja inferior completa su decoración añadiendo una serie de crucecitas realzadas.
Occidentalización y decadencia: siglo XVI
Se constata una paulatina reducción de la actividad constructiva. Los templos mudéjares de nueva planta son escasos y la actividad se centra en la construcción de nuevas torres, en muchos casos mixtas, o en las reformas interiores de los templos. En cualquier caso, observamos una progresiva occidentalización, que se manifiesta en la introducción de las nuevas formas artísticas del Renacimiento; mientras que por otro lado la cerámica de cuenca o arista vive su periodo de máximo esplendor. Podría decirse, aunque con ciertas reservas, que el mudéjar encontró mejor acomodo conviviendo con el arte gótico que con el renacentista; ello se pone de manifiesto en esa decadencia que vive el estilo a lo largo del siglo XVI.
En la comarca del Campo de Cariñena, bajo un fuerte influjo renacentista, se van a edificar las parroquiales de Encinacorba y Paniza, que presentan entre sí una serie de semejanzas interesantes, también compartidas por la vecina iglesia de Mainar.
Estas similitudes no se refieren a sus respectivas torres, ya que la de Mainar es octogonal, la de Paniza mixta y la de Encinacorba muestra una planta cuadrada y el aprovechamiento de la torre de una fortaleza templaria anterior, sino a las que presentan sus templos. De este mismo periodo es la torre de la iglesia de Villanueva de Huerva, que combina soluciones bien experimentadas: si de una parte se organiza como torre de estructura militar cristiana, similar a las de Longares y Romanos, por otra adopta la solución de torre adosada a otra anterior, como sucede en Montalbán y El Villar de los Navarros.
Iglesia y torre de Santa María de Encinacorba. El templo fue levantado en ladrillo durante las primeras décadas del siglo XVI sobre una antigua fortaleza de la Orden del Temple, posteriormente transferida a los hospitalarios, de la que solo quedan algunos restos. Se trata de una iglesia de nave única cubierta mediante bóveda estrellada, en dos tramos y testero con ábside poligonal de cinco lados. Entre los contrafuertes aloja sendas capillas laterales que, a mediados del siglo XVII, fueron sustituidas en el lado del Evangelio por otras de mayores dimensiones cubiertas por cúpulas sobre pechinas con linterna.
En el muro exterior destaca la galería de arquillos doblados y ligeramente apuntados de tradición aragonesa que remata el conjunto. Por debajo de esta se dispone una franja de decoración mudéjar, que recorre de lado a lado el edificio con motivos a base de cruces de múltiples brazos formando rombos horizontales de doble fondo entre dos fajas de esquinillas, la superior al tresbolillo y la inferior sencilla. La continuidad del muro se ve interrumpida por unos óculos alineados a dos alturas (nave única y capillas) y decorados inicialmente a base de yeserías caladas. En las capillas orientadas al sur la decoración se dispone en una banda, también de inspiración mudéjar, de rombos verticales entre fajas de esquinillas, cuya factura se asemeja a la del muro de la nave. Tanto las capillas como la fábrica principal están rematadas por sendos aleros de ladrillo volado sobre ménsulas de ladrillo en saledizo de sólido aspecto.
A los pies del templo, en su lado derecho, se sitúa la torre de planta cuadrada y dividida en tres cuerpos, que se corresponden con otras tantas fases constructivas. El primero, realizado en mampostería con encintados de ladrillo en las esquinas, aprovecha un torreón del castillo templario.
Es el más antiguo de la torre, carece de decoración y el aspecto que presenta es rudo y macizo, propio de su origen militar. El acceso sería por alto, mediante un vano de medio punto cegado posteriormente. En las primeras décadas del siglo XV, y antes de recrecerlo con los cuerpos superiores, se improvisó sobre él un campanario con amplios ventanales en herradura.
A mediados de la centuria, hacia 1450, se ciegan los vanos del primer cuerpo y se abren aspilleras, al tiempo que ve la luz un segundo cuerpo en ladrillo hasta alcanzar una altura de trece metros. A cada lado de la torre se incorporan dos ventanales góticos por los que se abre al exterior el reubicado cuerpo de campanas.
El conjunto se recrece en el siglo XVI con un tercer cuerpo, coetáneo a la fábrica del templo, levantado también en ladrillo con siete ventanales idénticos a los del segundo cuerpo, que asumen definitivamente la ubicación de las campanas. Se habla de un remate barroco desaparecido en la restauración de 1995.
En el interior de estos cuerpos superiores se sitúan dos estancias superpuestas y separadas por un forjado de madera, que se abren al exterior mediante los vanos apuntados citados con anterioridad.
Al exterior, la torre presenta una decoración muy restringida, semejante a la que encontramos en la vecina Villarreal de Hueva. La del segundo cuerpo es a base de ladrillos en resalte, formando dientes de sierra y medios rombos dispuestos en zigzag; mientras que la del superior, aún más escasa, se limita a dos ligeros calados en dientes de sierra por encima y debajo de los vanos.
Un caso semejante al de Encinacorba, en cuanto a la utilización de un antiguo torreón del castillo como base sobre la que alzar una torre campanario, lo encontramos en la torre de la Lisalta de Cosuenda. Realizada en mampostería y encintados de ladrillo en las esquinas, fue utilizada como campanario de la antigua iglesia alta, para lo cual se le añadió un segundo cuerpo de ladrillo con vanos en arco apuntado en el que se alojó el cuerpo de campanas. La decoración, muy deteriorada, es en zigzag y bandas de esquinillas.
La torre e iglesia parroquial de Nuestra Señora de los Ángeles de Paniza constituye un conjunto mudéjar iniciado en el segundo tercio del XVI y concluido en 1570-75, aunque profundamente modificado en época barroca. El templo se amplía y reorienta en 1685 y, casi un siglo después, se clausura la portada original orientada al sur y se abre el actual acceso barroco al levante; en tanto que la torre, edificada a la par que el templo, se ve afectada en el siglo XVIII por el añadido de un tercer cuerpo y un remate en forma de chapitel bulboso de clara inspiración barroca.
La iglesia original era de estilo mudéjar, constaba de una nave única con testero plano orientado al este y trompas en las esquinas, que se resuelven en altura creando una forma poligonal. En origen contaba con dos tramos y capillas laterales entre los contrafuertes, a los que poco después se añade un tercero, también mudéjar, de mayores dimensiones. El cubrimiento se realiza a base de bóveda estrellada.
A finales del XVII, en pleno Barroco, se acomete una ampliación y remodelación del templo original, que supone una profunda transformación de su estructura. A los pies de la vieja fábrica mudéjar se agrega un amplio crucero marcado en planta y rematado mediante cúpula sobre pechinas con linterna central y, tras este, un nuevo presbiterio poligonal y profundo cubierto con bóveda de lunetos, con coro oculto tras el retablo mayor. Así, la nueva parroquial queda ampliada en un cuarto tramo y toma en planta la forma de cruz latina, girando su orientación 180 grados, al tiempo que se asientan las dimensiones y disposición actuales. El nuevo presbiterio se ubica al oeste; mientras que a los pies del templo, en lo que antes fuera la cabecera, queda la torre mudéjar.
Setenta años después, en 1765, se abre junto a la torre una nueva portada de inspiración barroca. La antigua, de fábrica mudéjar, situada en el muro meridional, fue tapiada y decorada con un enmarque que en su parte superior muestra tres hornacinas bajo frontón de aire clásico. La nueva portada cuenta con un vano en arco de medio punto flanqueado por pilastras que sustentan un entablamento, y, sobre él, una hornacina rematada mediante frontón curvo partido. El conjunto se levanta en piedra arenisca y está inscrito dentro de un gran arco de medio punto.
Al exterior, dos galerías aragonesas de arquillos recorren el costado meridional, una inferior con arcos de medio punto, bajo el alero de las capillas laterales, y otra superior, sobre el muro de la nave única, de arquillos doblados en idéntica disposición. La decoración del muro se completa a base de paños de rombos, lazos y cruces de múltiples brazos, así como bandas de esquinillas. Sobre las capillas y el muro de la nave se disponen sendos aleros de ladrillo volado sustentados, según la tradición aragonesa, por ménsulas en saledizo del mismo material, muy similares a los de la parroquial de Encinacorba.
Completa el conjunto una esbelta torre mudéjar mixta de estructura cristiana, levantada en ladrillo durante la década de 1570 sobre la antigua cabecera del templo. Hoy ha quedado situada a los pies, junto a la nueva portada. Esta tipología mixta, tan frecuente en Aragón durante el siglo XVI, se inspira en la torre de Alfajarín, que levantaran Audala de Brea y Mahoma Monferriz allá por 1486.
Consta de dos partes bien diferentes:
Una inferior, consistente en un primer cuerpo de planta cuadrada, de unos quince metros de altura, integrado en el perímetro mural de la iglesia, hasta alcanzar el alero de la nave central. Su decoración,rica y en ladrillo resaltado de inspiración mudéjar, supone una continuación de la del muro meridional, aunque aquí se torna más compleja. Así, las cruces de múltiples brazos que componían los rombos, en la torre se recuadran formando aspas y pequeños polígonos resaltados, ensartados por bandas verticales, apareciendo también unas bandas dobles de dientes de sierra. Esta decoración, según Gonzalo Borrás, es la más usual en la segunda mitad del XVI.
Y una parte superior de planta octogonal con pilastras a modo de contrafuertes en las esquinas y cuatro torreoncillos de transición en los ángulos. Cuenta con dos cuerpos; el primero, también mudéjar y de la misma época, está dividido en dos pisos decorados con arcos de medio punto, ciegos en el primero y abiertos en el segundo a fin de alojar el cuerpo de campanas. Por debajo de los vanos se coloca un antepecho, mientras que por encima se decoran mediante ático.
En 1755 se añade a la torre un tercer cuerpo barroco con vanos y carente ya de decoración mudéjar. De las mismas fechas es el remate en forma de chapitel bulboso que corona el conjunto. Este cuerpo último se va estrechando progresivamente hacia arriba, resaltando la imagen de ligereza y esbeltez que caracteriza esta gran obra.
Torre de la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles de Villanueva de Huerva.
Se trata de una obra mudéjar de cronología tardía, pudiendo datarse su construcción a finales del siglo XVI. Está adosada al hastial del actual templo renacentista y utiliza como material el ladrillo.
Cuenta con una estructura singular. Se trata de una doble torre: una principal de seis estancias superpuestas, levantada en el siglo XVI, y otra auxiliar adosada, de factura románica, que sirve de caja de escaleras a la principal hasta la cuarta estancia.
La principal es una construcción mudéjar de planta rectangular, cuyo interior está dividido en seis estancias superpuestas cubiertas por bóveda de cañón, que siguen como Longares aunque dos siglos más tarde la misma tipología defensiva cristiana.
Dichas estancias se muestran desnudas al exterior con seis fajas de esquinillas, que marcan su separación y constituyen la única referencia decorativa del conjunto. La sexta aloja el cuerpo de campanas y se abre con vanos de medio punto. Posteriormente, esta torre principal se verá recrecida por la adición de un cuerpo superior de planta elíptica y cronología barroca, que se decora con arcos ciegos de medio punto y pilastras alternas.
La torre auxiliar es de planta cuadrada en sillar y mampostería, con dos ventanas gemelas abiertas en arco de medio punto que denotan un origen románico. Esta pieza está adosada a la principal y alcanza tan solo a su cuarta estancia. Hasta esa altura hace las veces de caja de escaleras, que se asientan sobre un machón central de forma cuadrada. Desaparecida esta torre, las estancias quinta y sexta de la principal se comunicaban antaño por una escalera de mano; posteriormente, se perforó la bóveda de cañón y se instaló una de tramos, que rompió la estructura original. Este sistema de acceso, mediante torre auxiliar anexa, se ve también en la vecina localidad de El Villar de los Navarros y en Montalbán (Teruel), lugar perteneciente, al igual que Villanueva del Huerva, a la Encomienda de Santiago.
Pervivencias mudéjares: siglo XVII
La expulsión de los moriscos a comienzos del siglo XVII priva a este estilo de su base demográfica de referencia; aunque, como apuntábamos, ello no supuso el finiquito artístico del mudéjar. Los componentes estéticos y formales del estilo habían calado tan profundamente en la sensibilidad general que se proyectan a lo largo del siglo XVII mediante una serie de pervivencias que, pese a las adversidades, encuentran perfecto acomodo en el estilo barroco. De ahí que a este mudéjar sin moriscos, asumido íntegramente por maestros cristianos, prefiramos considerarlo más un periodo de pervivencias, mayoritariamente decorativas, que una fase final del estilo. Así, poco a poco, la huella del mudéjar, ese arte de síntesis original y fecunda, se va diluyendo dentro de la vorágine decorativa del Barroco hasta desaparecer al final de la centuria.
El foco zaragozano va a seguir jugando un papel esencial como creador y difusor de modelos que se solicitan para nuevos encargos o que se trasmiten a través de artistas itinerantes. Una de estas familias de maestros de obra está documentada en la comarca de Cariñena a mediados del siglo XVII; nos referimos a la familia Rancón o Ranzón, dos de cuyos miembros trabajan en las iglesias de Mezalocha y Longares.
Estas reminiscencias son frecuentes en la arquitectura comarcal de la centuria. Así, cabe citar los motivos decorativos en ladrillo de la torre o las yeserías de tradición mudéjar que cubren bóvedas, cúpulas y arcos en el interior de la iglesia de Mezalocha; el atrio y las capillas de San Pedro y San José en Longares; el presbiterio de la iglesia del santuario de Nuestra Señora de Lagunas en Cariñena; las pechinas y arcos de la iglesia parroquial de Paniza o la cúpula de una de las capillas del lado del Evangelio en la iglesia de Aguilón.